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Actualizado: 30 de abril de 2025


Pues ya le ha conocido usted en el señor de la torre de Provedaño. Ese hombre insigne, con todo su saber, con todas sus virtudes, con todos sus timbres de ilustre linaje, con todos sus sacrificios enderezados al bien y a la gloria del suelo en que ha nacido y de la patria entera, es un mártir de su trabajo de Sísifo incansable.

Y sin embargo, días andando, me salió con la misma copla nada menos que el docto y experimentado señor de la torre de Provedaño. ¿Se equivocarían todos ellos, rústicos y civilizados, al coincidir tan exactamente como coincidían en una misma idea? ¿Trataría yo de curarme en sana salud, sin darme cuenta de ello, cuando me consideraba en lo cierto creyendo todo lo contrario de lo que ellos creían?

Con uno vivía el ingeniero ese del chirlo, en su pueblo de usted: los vimos juntos Neluco y yo al pasar por él, yendo a Provedaño. En buena justicia, tenían los tres más que merecido el palo, en el que hubieran muerto a no morir de ese otro modo. Conque ya ve usted si tengo hasta motivo, por lo que a mis parientes toca, para alegrarme de que hayan acabado así, como cualquier hombre de bien.

Traía las manos metidas en los bolsillos del chaquetón, un garrote pinto y nudoso debajo del brazo izquierdo, y en la boca una pipa ahumando. El primero que le conoció fue el señor de Provedaño, que iba de los más delanteros entre nosotros. Se detuvo un instante para mirarle con la mano de canto sobre la frente, y se detuvo también el otro con los ojos sombríos e imperturbables clavados en él.

Palabra del Dia

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