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Actualizado: 3 de julio de 2025


En un instante el Montoya, deslizándose sobre las aguas a favor de la corriente, con una velocidad de 15 ó 16 millas por hora, llegó a nuestro lado, y manteniéndose sobre la máquina, entabló correspondencia. Transbordo imposible. Cargado hasta el tope de bultos de quina. Victoria viene atrás.

Era el Montoya, que había tenido tiempo de llegar hasta cerca de Barranquilla, dejar su carga en un puerto y tomar los pasajeros del Confianza que, temeroso de la suerte del Antioquía, no se atrevía a remontar el río.

Algo como la tos prolongada de un gigante resfriado, algo como debe ser el quejido de una foca a la que arrebatan sus chicuelos, llegó a nuestros oídos, y todos los muchachos del servicio de a bordo gritaron en coro: «¡El MontoyaEs necesario saber que, siendo el Montoya de la misma compañía y teniendo nosotros la bandera a media asta en popa, lo que era pedirle se detuviera, éranos lícito regocijarnos en la esperanza del transbordo.

El Montoya era un vapor chico, pero limpio, más fresco que el Antioquía, y aunque el inmenso número de pasajeros que venían en él nos impidió tener camarotes, esto es, un sitio donde lavarnos y mudarnos, era tal la satisfacción de poder continuar el viaje, que no nos hizo mayor extorsión la toilette obligada al aire libre y un poco en común.

Palabra del Dia

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