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Isabel de Borbón consiguió que su esposo oyese en conferencias privadas a su nodriza doña Ana de Guevara, a quien siempre mostró apreciar, al Conde de Castrillo y sobre todo a la duquesa de Mántua que, recién llegada de Portugal, le diría las causas verdaderas de la pérdida de aquel reino, dando estas entrevistas por resultado que al mes de Enero siguiente cuando se trató de escoger en Palacio servidumbre y cuarto para el Príncipe Baltasar Carlos, que ya era mozo, el Rey impuso enérgicamente su voluntad al privado: primero nombrando los criados que quiso, y en lo tocante al aposento diciendo: «¿Y por qué Conde no estará mejor en aquél que habitáis ahora vos, que es propio del primogénito del Rey y en el que estuvo mi padre y estuve yo cuando éramos príncipes?

Y, desta manera, fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen: ¡Oh noble marqués de Mantua, mi tío y señor carnal!

A buen seguro que si Rubens escribió por entonces a los amigos que dejara en su patria no les diría de Velázquez lo que durante su estada de 1603 en Valladolid escribió al secretario del Duque de Mántua hablándole de los pintores de Felipe III.

Ya sabéis lo que han ganado vuestros camaradas de la Guardia Blanca que fueron á Italia; el saco de Mantua y el rescate de seiscientos nobles. Yo os proporcionaré aquí golpes de mano tan brillantes como ese.... ¡Que los convertirán en una gavilla de ladrones! vociferó Tristán, furioso con aquella arenga.