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Actualizado: 9 de junio de 2025
¡«Jettatore»! ¡Yo, «jettatore»! ¡Pues no faltaba más! exclamé amoscado, agregando: Pero, ¿qué placer pueden encontrar esos... ingenuos, en pasarse la vida cavilando y cavilando sobre los naipes, ya que, según dicen, ese juego no da nunca gran provecho al bolsillo?
Sólo mi amigo Joaquín Villalba interrumpió alguna partida para decirme, como oportuna advertencia: No salude usted nunca a los que juegan al bridge, Alberto, porque no lo ven... Ni les hable, porque no lo oyen... Y hasta es bueno que ni los mire, porque si no tienen suerte, pueden pensar que usted les trae desgracia, ¡y no hay peor reputación que la del «jettatore»!
Compré también varios juegos de naipes, y me ensayé con ellos, representando «partidas tipos» y resolviendo «casos prácticos», como si jugara al «solitario». Tanto estudié y aprendí que, después de una semana de preocuparme exclusivamente del bridge, llegué a conocer su mecanismo. ¡Eureka! Ya nadie me supondría importuno «jettatore», ¡ya nadie dudaría de mi caballerosidad!
¡Era demasiado! ¡No, por Cristo, aunque pasara lo de «jettatore», yo no podía dejar pasar lo de no ser caballero!... Así fue que en el mismo día puse, con mi nombre y mi dirección, un aviso en dos importantes diarios: «Se necesita un profesor de bridge. Es inútil presentarse si no se posee especial competencia, demostrada en algún diploma técnico o universitario.
Palabra del Dia
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