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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Ni merienda ni sueño había para las Casas: sentía en sus carnes mismas los dientes de los molosos que los encomenderos tenían sin comer, para que con el apetito les buscasen mejor a los indios cimarrones: le parecía que era su mano la que chorreaba sangre, cuando sabía que, porque no pudo con la pala, le habían cortado a un indio la mano: creía que él era el culpable de toda la crueldad, porque no la remediaba; sintió como que se iluminaba y crecía, y como que eran sus hijos todos los indios americanos.
Fue a Chiapas, a llorar con los indios; pero no sólo a llorar, porque con lágrimas y quejas no se vence a los pícaros, sino a acusarlos sin miedo, a negarles la iglesia a los españoles que no cumplían con la ley nueva que mandaba poner libres a los indios, a hablar en los consejos del ayuntamiento, con discursos que eran a la vez tiernos y terribles, y dejaban a los encomenderos atrevidos como los árboles cuando ha pasado el vendabal.
Este lamentable daño, que tememos con mucho fundamento, lo debemos mirar también como antecedentes de otras fatales consecuencias á que nos obliga la experiencia que al presente tenemos en otras provincias, pues habiendo tenido en el siglo pasado 300.000 indios de numeración repartidos en el servicio de los encomenderos de la ciudades de Santiago, Córdoba, Tucumán y Rioja, por las estorsiones que de ellos padecían, se levantaron algunos indios rebeldes y fugitivos á los montes del Chaco, que han sido y son al presente la ruina de todos estos lugares y caminos, en que no se puede dar paso sin peligro de robos y muertes por ser innumerables las que han ejecutado en estos próximos años en los cristianos, llevándose los párvulos y mujeres cautivas á sus montes.
Palabra del Dia
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