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Actualizado: 14 de junio de 2025


Andando ya monte arriba, me declaró Chisco, en respuesta a una insinuación mía, que no habían querido, él y Chorcos, enterar a nadie más que a del hallazgo del oso, porque tal como se presentaba el lance, era «cosa curriente» y a «cañón posau...» y cuantos menos bultos, más claridad.

Si yo erraba el golpe, como sucedía casi siempre, él me le enmendaba, si no se le había anticipado la espingarda de Chorcos desde donde menos podíamos esperarlo; y notaba yo, en el primer caso, cierta complacencia maliciosa en la mirada que me dirigía, mientras pataleaba la víctima en el suelo o descendía de los aires dando tumbos, como si quisiera decirme: «¿Vey usté cómo no val un pitu esa escopeta, con ser tan maja como esPero Chisco se engañaba grandemente, porque el arma era inmejorable, y las municiones muy dignas de ella.

Canelo iba delante de él, loco de inquietud, olfateando en el suelo y en el aire, batiéndose los ijares con el rabo y con medio palmo de lengua fuera de la boca cuando no latía. Chorcos no estaba menos sobreexcitado que el sabueso, y seguía a Chisco pisándole casi los tarugos traseros de sus abarcas.

Puede que consistiera esto en las pocas ganas que yo tenía de llegar al fin de nuestro viaje; porque desde luego no consistía en lo divertido de mi conversación con los dos mozones ni en los extremos de regocijo a que se entregaba Chorcos a cada instante, como si fuera a sus propias bodas.

Palabra del Dia

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