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Actualizado: 9 de julio de 2025
Sólo quedaron con el cadáver, la extranjera, el doctor Bérard, y su colega de la policía, a quien explicaba la inutilidad de toda curación y la rapidez de la muerte; la Baronesa de Börne, que sin que nadie se lo pidiera, informaba de lo sucedido al juez; éste, el Príncipe y el comisario.
Al mismo tiempo que el comisario iba a ver quién era, Bérard y la Baronesa de Börne se acercaban a la puerta. ¡Vérod! exclamó la Baronesa al ver a un joven alto, corpulento, de cabellos negros y bigote rubio, que decidido a forzar la consigna, entró a prisa cuando los guardias, a una seña de su superior, se hicieron a un lado.
La villa estaba abierta para todos; nadie pensaba en impedirles su acceso. De la cercana Casa de Salud había acudido prontamente el doctor Bérard, quien sólo había podido comprobar la muerte instantánea.
¡Qué desgracia!... ¡Qué dolor!... dijo turbada. ¡Pero hay, sin embargo, que tener fuerza suficiente para resignarse al destino!... Doctor agregó, volviéndose hacia Bérard, que se acercaba en ese momento al Príncipe. Desearíamos retirar de allí el cadáver... ¡Me figuro a ratos que la pobrecilla sufre en el suelo!... Y a toda esta gente, ¿no se la podría pedir que se alejara?
Palabra del Dia
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