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Actualizado: 17 de mayo de 2025
A Dechard le cayó la mesa encima, pero al incorporarme yo, la echó a un lado y volvió a hacerme fuego. Levanté mi revólver y disparé casi sin apuntar. Oí una blasfemia y apreté a correr como un gamo, sin dejar de reírme. Alguien corría también detrás de mí, y tendiendo el brazo en su dirección solté otro balazo al azar. Los pasos cesaron.
861 Dende la alba hasta la noche, en el campo me tenía; cordero que se moría -mil veces me sucedió- los caranchos lo comían, pero lo pagaba yo. 862 De trato tan rigoroso muy pronto me acobardé; el bonete me apreté buscando los mejores fines, y con unos volantines me fuí para Santa Fé.
Mi mujer me oprimia del brazo, como si quisiera decirme que nos fuéramos, y viendo que yo me resistia, me dice en voz muy baja: Esto va á ser la segunda parte de Champeaux, más lastimosa y trágica todavía. Yo la apreté su brazo con el mio, queriéndola significar que ya sabia que me hallaba en una maroma, y que procuraria equilibrarme para no caerme.
Entonces me defendí golpeándola el pecho, pegándola con la rodilla en el vientre, tratando de tirarla al suelo. Y así luchamos sordamente, sin un grito, respirando el odio y la muerte. Mis ojos se cegaron por una espesa niebla. La cogí por la garganta y apreté los dedos hasta hundírselos en la carne. De pronto aquella mujer cesó de luchar y cayó en la alfombra.
Palabra del Dia
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