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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Yo me hallaré aquí para socorrerla y animarla. No le queda á usted más amparo que yo. Piénselo usted bien. Adiós. La decisión de aquel hombre desconocido, insinuado tan novelescamente en los secretos de la casa, era muy firme. Se había propuesto emprender una aventura generosa, á que le inclinaban al mismo tiempo un sentimiento de simpatía, y el deseo inveterado en él, de hacer bien.
Viéndola un poco turbada, cambió inmediatamente de conversación, hablando de las piezas nuevas, de los museos, de los países extranjeros que había visitado, pareciendo hacerle aquellas ligeras observaciones, únicamente para tener el gusto de oír sus respuestas, y mirándola con aire grave y dulce, como para animarla a contestarle con exactitud. ¡No había duda!
Nada; sus registros resultaban siempre inútiles. La desventurada Felicia lloraba sin cesar. Nolo hacía esfuerzos por animarla. Pero tanto como ella necesitaba él de alientos, aunque por diferente motivo.
Al día siguiente vino Petrona a visitarme, y como es tan ingenua y tan pintoresco su lenguaje, exclamó, dándome un abrazo: «¡Ay, Marianela, muchas gracias por haber hecho girar a la Pepa!». Inés se ríe del dicho de Petrona, pero noto que al punto vuelve a quedarse ligeramente triste. Trato de animarla: ¿Y qué tal la conversación de los cipreses? ¿Muy interesante, eh?... Mucho.
Y su acento, al decir estas palabras, era tan triste, que Rafael tuvo que animarla. ¿Quién pensaba en tales cosas? ¿Qué podía ocurrir que tuviese fuerza bastante para separarlos? Los dos se conocían y eran dignos el uno del otro.
Palabra del Dia
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