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Recibió en su servicio diez mil Massegatas, á quien el vulgo llama Alanos, gente bárbara de costumbres, Cristianos en la mas que en las obras. Tenian su morada de la otra parte del Danubio, y reconocían por señores á los Scitas de Europa. Embiaron primero al Emperador su embajada ofreciendo servirle.

Cerró la noche, apresuraron el paso, creció en los dos presos el miedo, y más cuando oyeron que de cuando en cuando les decían: ¡Caminad, trogloditas! ¡Callad, bárbaros! ¡Pagad, antropófagos! ¡No os quejéis, scitas, ni abráis los ojos, Polifemos matadores, leones carniceros! Y otros nombres semejantes a éstos, con que atormentaban los oídos de los miserables amo y mozo.

En aquel tiempo los Turcos, no olvidados aún de las costumbres de los Scitas, de quíen se precian suceder, vivian la mayor parte, y la más belicosa en la campaña, debajo de tiendas y barracas, mudándose según la variedad del tiempo, y comodidades de la tierra.

El señor Pulido desplegó las tres falanges de su dedo índice para decir, agitándolo de arriba abajo: «¡Lo dije, lo dije!», y el sesudo diplomático, con la energía de la constancia que no consiste en hacer siempre lo mismo, sino en dirigirse siempre al mismo fin, tomó por otro camino para llegar a su objeto, consolándose con que Napoleón cometió también faltas en la guerra de Rusia, Ciro en la de los Scitas, César en África y Alejandro en la India.

Y como por los avisos que tubieron se supo, que los Masagetas con licencia de Andronico se volvían á su patria, cansados de los trabajos y fatigas de la guerra, prefiriendo la servidumbre y sujecion de los Scitas sus antiguos señores, á la libertad, que gozaban entre los Griegos; tanto puede el amor de la patria, que hace parecer dulce la sujecion, y libertad fuera de ella insufrible.