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Actualizado: 12 de junio de 2025
Momoy había estado cerca del kiosko. Es lo que nadie podía explicarse, contestó Chichoy; ¿quién tenía interés en turbar la fiesta? No podía haber más que uno, decía el célebre abogado señor Pasta que estaba de visita, ó un enemigo de don Timoteo ó un rival de Juanito... Las señoritas de Orenda se volvieron instintivamente hácia Isagani: Isagani se sonrió en silencio.
Momoy, el novio de la Sensia, la mayor de las de Orenda, hermosa y viva joven aunque algo burlona, había dejado la ventana donde solía pasar las noches en coloquio amoroso. Esto contrariaba mucho al loro cuya jaula pendía del alero, loro favorito de la casa por tener la habilidad de saludar por las mañanas á todo el mundo con maravillosas frases de amor.
¡¡¡Jhs!!! Todo se sabe. No obstante, apesar de tantas precauciones, los rumores llegaron hasta el público, si bien bastante alterados y mutilados. Eran el tema de los comentarios de la noche siguiente en casa de la rica familia de Orenda, comerciante en alhajas en el industrioso arrabal de Santa Cruz. Los numerosos amigos de la casa solo se ocupaban de ello.
Chichoy sacudió la cabeza sonriendo. ¡El joyero Simoun! ¡¡¡Simoun!!! Un silencio, producido por el asombro, sucedió á estas palabras. Simoun, el espíritu negro del Capitan General, el riquísimo comerciante en cuya casa iban para á comprar piedras sueltas, ¡Simoun que recibía á las señoritas de Orenda con mucha finura y les decía finos cumplidos!
Ahora se explicaban muchas cosas, la riqueza fabulosa de Simoun, el olor particular de su casa, olor á azufre. Binday, otra de las señoritas de Orenda, cándida y adorable muchacha, se acordaba de haber visto llamas azules en la casa del joyero una tarde en que, en compañía de la madre, habían ido á comprar piedras. Isagani escuchaba atento, sin decir una palabra.
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