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Actualizado: 19 de julio de 2025
Menchaca se había asociado con este don Matías Cepeda que has visto; asociación extraña desde el punto de vista del carácter, porque Menchaca era un hombre atrevido y lleno de iniciativas, y, por el contrario, Cepeda es el tipo vulgar del comerciante escamón que va marchando rutinariamente sobre seguro. Cepeda es un asturiano que vino aquí sin un cuarto y hoy tiene una gran fortuna.
En esto, estaban concluyendo en Portsmouth una fragata para la Sociedad Vasco-Andaluza; no le faltaba mas que algunos detalles. Menchaca fué a Inglaterra a recogerla. No sé si sabrás que, cuando se construye un buque, se hace un libro o cuaderno que se entrega por el constructor al primer oficial que lo manda. Sí, lo sé.
Cepeda llegó a Cádiz, de sus montañas de Asturias, y entró de dependiente en un gran almacén de azúcar, de café y de cacao de la calle de la Aduana; luego se casó con la dueña, y ésta, al morir, le instituyó heredero único, con lo que quedó viudo y riquísimo. Cepeda era naturalmente tímido con su dinero; Menchaca le impulsó a los negocios y los dos ganaron millones. El uno completaba al otro.
Y alguien encontró que la sirena del mascarón de proa tenía las facciones de la hermosa Hortensia. ¡Bah! Fantasías que se inventan. Menchaca desde entonces quedó más sombrío que nunca. No era posible que a Cepeda se le hubiese ocurrido aquella idea de bautizar así el barco, con el fin de mortificar a su socio. El pensamiento partió seguramente de ella.
Entonces fué cuando se comenzó a hablar de que Hortensia se entendía con el socio de su marido, con Cepeda. Yo nunca lo creí. Menchaca era, como te he dicho, un exaltado, casi un loco, y al oír que su mujer le engañaba se enamoró de ella nuevamente. Menchaca ya era viejo.
Palabra del Dia
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