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Así ocurrió a Mariquilla, que habiéndose quedado dormida con los pensamientos más raros acerca de la Virgen María, del ciego, y de su propia fealdad, que ella deseaba ver trocada en pasmosa hermosura, con ellos mismos despertó cuando los gritos de la Señana la arrancaron de entre sus cestas.

Acaso Cristeta no entrase en la conspiración, pero se aprovechó de ella; Mariquita sirvió de agente a don Juan; los diálogos enloquecedores pasados bajo el mechero de gas que había en el pasillo, fueron otras tantas ocasiones de que los novios se hablasen libremente. ¡Y pensar que él no consiguió de Mariquilla nada sustancioso y positivo! ¡Ni una sola vez! ¡Qué burla tan infame!

Mariquilla te deja y no tiene otro novio: te compadece, te dice que eres bueno, mostrando que aun te tiene algún querer, y te cierra la ventana. ¡El demonio que entienda a las mujeres! ¡Y qué mala alma tienen a veces las condenadas!... Aumentó el estrépito en el cuarto de la juerga, y una voz de mujer, aguda, de un temblor metálico, llegó hasta los dos amigos. Me dejó... ¡mala gitana!

A estos picarescos y sabios propósitos de Carolina correspondía perfectamente la situación de ánimo en que se hallaba don Quintín; porque, aunque él lo ignorase o no pudiera razonarlo, lo que sentía por Mariquilla no era enamoramiento exclusivo, sino exacerbación de la facultad amorosa, pronta a extinguirse en su organismo.

Nadie sabe que he venido. Peor sería ir al teatro no habiendo aquí nadie de tu familia. Ni siquiera el bobalicón de tu tío. ¡Pobrecillo! Bueno le dejé... El teatro le ha vuelto el juicio, o, mejor dicho, aquella corista... Mariquilla. Está loco. Pero el loco de atar eres . ¿Cómo te las has compuesto para que te den ese cuarto? El cómo, no lo ; el para qué, figúratelo.