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Las doce de acá y las doce de allá eran una disputa o guirigay de campanadas. «Vamos, que también se oye la Merced... Tantísima hora, tantísima hora, y no sabe una si son las doce o qué...». Para tener compañía y servicio, tomó por criada a una niña, hija de una de las placeras amigas de Segunda. Llamábase Encarnación y parecía muy formalita.

Asunción... es una niña honradita y formalita... ¡Maldito <i>bigotism</i>!... Mucho lloro, mucho hipo, mucho suspirito... ¡Mala peste!... ¿Qué decía usted?... Perdone usted... Estoy nervioso... despido fuego y electricidad... Pues como decía, Asunción... ¡!, ¿dónde está? Es usted un malvado.

La madre enarcó las cejas, y con mucha humildad, dijo: La niña es formalita, y a lo que yo pueda colegir, así lo espero... Pero siempre será mejor que el padre espiritual informe a usted de todo esto. ¿Y quién es? El padre Cifuentes. ¿El padre Cifuentes?... ¿De veras?... ¡Cuánto me alegro!... Si es un santo, un hombre de tanto saber y prudencia... ¡Ya lo creo!... Consúltelo usted y verá...

Oía el médico, vagamente, el acento lamentoso con que doña Rebeca le iba diciendo: Pues , allí se quedó, la pobre, trajinando; vino a «misa primera»...; es muy hacendosa, muy formalita...; ahora hay mucho quehacer en casa; ¡con Fernando y la ropa nueva de Carmen!... Porque es lo que yo digo: que no puedes....