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Por último, se puso en camino hacia los Puyzocas, acompañado de treinta y seis Manacicas recién bautizados; y llegando á la primera tierra de aquella nación, fué recibido con muestras de grande amor y benevolencia, presentándole la gente frutas del país en grande abundancia y encubriendo de esta manera lo que maquinaban: de allí pasó á la segunda Ranchería, pero llevado en brazos ajenos, porque así por la flaqueza del cuerpo como por un pantano que había de por medio, no se podía tener en pie; aquí también fué recibido con una falsa alegría y con alhagüeñas palabras, que los traidores tenían ya premeditadas, y habiéndole entretenido el cacique en conversación, encubriendo en su pecho sus dañados intentos, ordenó entre tanto á su gente que llevasen á los forasteros á sus casas, dividiéndolos de manera que hubiese pocos en cada una, para hacer así el tiro con más seguridad.

Vivían en la salida de los hermosos valles que descendían de Palmira, el «techo del mundo», sabían utilizar todos los torrentes de agua clara dividiéndolos en numerosos canales, transformando así en fértiles huertas sus áridas tierras, y si invocaban á las fuentes, si las ofrecían sacrificios, no era sólo porque el agua fertilizaba sus campos y hacía crecer sus árboles y calmaba la sed de ellos y sus ganados, sino también, según decían, porque el agua purifica á los hombres, equilibra las pasiones y calma los «deseos desmedidos». El agua era quien les evitaba los odios y furias insensatos de sus vecinos, los semitas del desierto, y ella era quien les había salvado de la vida errante fecundando sus campos y alimentando sus cultivos; á ella debían el haber podido fijar la primera piedra del hogar, y luego, la población y la ciudad, ensanchando así el círculo de sus sentimientos y sus ideas.

Andrajosos y escuálidos niños se unieron al coro, y agarrándose a la falda de la infeliz alcarreña, le pedían pan, pan. Compadecida de tantas desdichas, fue la anciana a la tienda, compró una docena de panes altos, y dividiéndolos en dos, los repartió entre la miserable cuadrilla.

Pero disgustados muchos de los suyos con Nuflo de Chaves por esta causa, se volvieron á su tierra. Los que se quedaron en Santa Cruz, con su afabilidad y buen trato ganaron la voluntad y afecto de los paisanos, y dividiéndolos en encomiendas les obligaron á que cada año diesen á los encomenderos algún poco de algodón y algunas vituallas en señal de vasallaje.