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No obstante, los sentaron á la mesa y les presentaron algunos regalos del país; mas concurriendo allí indios de otras tierras, los cercaron en forma de media luna, disparándoles una tempestad de flechas para hacerlos huir; los neófitos, sin hacer más que reparar los golpes, se retiraron con buen orden, y en medio de que muchos hacían instancia á los capitanes para responderles con las armas, venció la parte de los mejores, que, á imitación del Redentor, no quisieron volverles mal por mal; tres quedaron muertos; los otros, maltratados, se volvieron á la Reducción.

Pero Dios Nuestro Señor que había tomado á su cuenta el castigo de las maldades de aquellos malvados, quiso que pagasen ahora la pena, y singularmente los capitanes, que aquí quedaron muertos, pagando juntamente de una vez todas las deudas de las iniquidades que habían cometido en la destrucción de los pueblos de Villarica del Espíritu Santo en la gobernación del Paraguay, disponiendo fuese la victoria, no á costa de mucha sangre de ambas partes como se pensaba, sino á costa de los nuestros y á mucha de los enemigos; porque mientras un indio intimaba el orden á los enemigos, adelantándose ciertos soldados para recibir las armas de los capitanes, un criado de éstos les detuvo disparándoles un fusilazo, matando á uno de ellos.

Mientras el día siguiente navegaban viento en popa, se levantó una espesa niebla, y cubiertos de ella se acercaron tres navíos holandeses, los cuales con grande estrépito y ruido de batalla los arrestaron, disparándoles un tiro de artillería y estuvo á pique de haber un combate sangriento de ambas partes, defendiendo los unos sus haberes y las grandes esperanzas con que se habían embarcado, y los otros, esperando hacerse ricos con un cuantioso despojo; mas como los españoles al cargar sus navíos de registro, no observen la común medida del peso que á proporción del buque se debe cargar, sino que meten más géneros de los que caben, añadiéndose á esto la gruesa cantidad de provisiones para seis ó siete meses, de ahí nace ir tan hundidos en el agua, que sólo llevan fuera lo que es preciso para que se mantengan en ella, quedando inútil la más de la artillería para pelear, por ir las andanas dentro del agua.

Vinieron siguiendo á los nuestros más de 600 infieles, hasta los bateles disparándoles una tempestad tan espesa de saetas, que parecía una manga de langostas, pero ninguna les hizo daño, porque hallaban resistencia en los cueros, que despedían las flechas; y aun siendo preciso que el P. Patiño estuviese por dos veces en la proa descubierto á los tiros, aunque por todas partes le caían las flechas, ninguna le tocó.

Los neófitos, entonces, ofendidos, dieron sobre ellos, disparándoles una tempestad de flechas, de que muchos quedaron muertos: irritados, los que pudieron, escaparon, y sólo se recogieron dieciséis de la chusma, que traídos á San Joseph, se redujeron á nuestra santa fe.