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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El hervor que se movió en el recinto torácico del señor Colignon ya no fué glogló de pavo singular, sino greguería de piara navideña. Abrazaba una y otra vez a Belarmino, diciéndole, en los ojos lágrimas provocadas por la risa: ¡Que tú eres grande, monsieur le cordonnier, que tú eres grande! Las regocijadas zalemas del señor Colignon no enojaban a Belarmino; antes le producían emoción y halago.
Mon cher ami le cordonnier! entró diciendo el señor Colignon, con modulaciones y altibajos en la voz, que sonaban como las gárgaras de un pavo; los brazos abiertos, con que estrechó contra su corpacho al manso, dulce y enjuto Belarmino . Que yo os quiero, ilustre y simpático cordonnier. Yo también le quiero a usted, señor Coliñón, sin guardarle rencor por el mote.
Que no ha estado mi falta, amado Belarmino. El caso es que las gentes, nada avezadas a la prosodia francesa, habían convertido el monsieur le cordonnier en monxú Codorniú. Y hasta me han sacado cantares añadió Belarmino. Ya, ya; pero ello no ha estado mi falta. Lo sé.
Como antes de penetrar el señor Colignon le anunció, al modo de heraldo, un resplandor rojizo y canicular, Belarmino se apresuró a esconder el libro y el cuadernito de notas. Oh, monsieur le cordonnier!
Palabra del Dia
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