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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Las dos señoras agitaban sus pañuelos, sonreían á los soldados, les enviaban palabras de saludo. Muchos permanecían inmóviles, mirándolas con ojos de fiera adormecida. Llevaban cuatro años de ovaciones, conocían la realidad, la terrible realidad que existe detrás de ellas. Otros, más jóvenes ó más ardorosos, despertaban á la vista de estas dos mujeres elegantes.
Gratos eran sus besos, ya frescos como agua de peña viva, ya ardorosos como latidos de fiebre; pero ¡cuán más deleitosas eran las cosas que decía! ¡Qué mezcla tan extraña de impuro desenfreno y exquisita ternura!
El caso era rodear poco y llegar cuanto antes, según él decía, mientras dejaba yo en cuarentena la sinceridad de su afirmación, que bien pudiera ser encubridora de antojos irresistibles de un montañés tan castizo como Neluco. Porque es lo cierto que no subíamos a una altura ni bajábamos a una hondonada sin que el médico hiciera ardorosos panegíricos de lo que se veía desde arriba o desde abajo.
Se replegaba por educación, huía de él porque este es el deber de una joven cristiana y bien educada; escapaba como una cabrita con graciosos saltos por entre las filas de naranjos, y el señor diputado salía detrás a todo galope con las narices palpitantes y los ojos ardorosos. ¡Que te coge, Remedios! gritaba la mamá, riendo. ¡Corre; que te coge!
Palabra del Dia
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