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Júpiter, Apolo y Venus habían descendido de su trono y se habían refugiado en el fondo de antros: aquellos cuyo augusto rostro irradiaba la luz, quedaban condenados á vivir para siempre en las tenebrosas cavernas. Las fiestas del Olimpo se habían transformado en aquelarres á los cuales iban asquerosas brujas cabalgando en escobas á evocar al diablo en las noches borrascosas.

Y el amontonamiento de estos infelices exhalaba un olor agrio, de sudor de hambriento, de ropa adherida al cuerpo durante meses, de alientos fétidos: toda la respiración apestante de la miseria. Las mujeres aun ofrecían un aspecto más doloroso. Unas eran gitanas, viejas y horribles como brujas, con la piel tostada y cobriza que parecía haber pasado por el fuego de todos los aquelarres.

Allí comparecían de costumbre hechiceras que tenían pacto con el demonio y guisaban en sus nocturnos aquelarres toda suerte de daños contra las gentes; judaizantes, que asesinaban niños cristianos para embeber en su sangre una hostia consagrada y celebrar con ella nefandas ceremonias; luteranos, que buscaban demoler la santa Iglesia de Cristo difundiendo por España la peste de la herejía; alevosos moriscos, que seguían predicando las bellaquerías de su secta y el deber de la rebelión y la venganza.

Todo el "folk lore", es decir, todo el material intelectual y moral circulante, versaba sobre basiliscos, salamandras, salamancas, aquelarres, hechiceros y doncellas encantadas, sobre el mandinga, la pericana, las brujas, los duendes, los fantasmas, que pueblan de visiones el espacio para los crédulos, y les hacen angustiosa la simple ausencia de la luz en la oscuridad de la noche.