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Venía de ver a Su Majestad y a doña Tula, y después había estado en las cocinas, donde el cocinero jefe se empeñó en hacerle aceptar tres entrecotes y un par de perdices. «Cosas de Galland...». Era un hombre que no se cansaba de obsequiarla, y por no desairarle, ella había dicho: «Pues que me lo suban a casa».
Iba ciego; ciego de vergüenza y de ira. «¡Convidar al otro... a un prebendado de oficio... y desairarle a él... que era dignidad! ¡Siempre el enemigo triunfante!... Pero ya las pagaría todas juntas». Edelmira se cuenta como de la casa, pues en ella era huésped. Otros años no se celebraban de esta manera los días de Paco; los celebraba él fuera de casa.
Y como don Simón opinaba lo mismo que su mujer, no durmió aquella noche, contando las horas que faltaban hasta la en que pudiera presentarse al país para decirle que aceptaba su proposición... «por no desairarle». Amaneció al cabo; y como los instantes son preciosos en tales ocasiones, nuestro personaje no esperó a la noche para ver a sus amigos.
Palabra del Dia
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