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DON PEDRO. Es verdad, no lo ha dicho; mas quizá lo diga ... tenga usted paciencia ... tres o cuatro días se pasan en un abrir y cerrar de ojos ... y ... conque, Sr. D. Eduardo, a la disposición de usted ... bueno será que yo vaya a ver lo que hace la chica; y no dude usted que si puedo influir.... DON EDUARDO. Quede usted con Dios, Sr. D. Pedro, y mil gracias de todos modos.

Y á todo lo que agora me puedo acordar, me parece que estaba conmigo entonces el padre fray Bartolomé de Carranza, y que me preguntó por qué quemaba aquello, y se lo dije.

Lo que pedirá será lo que yo no le puedo otorgar ... que hable a Matilde ... que me empeñe ... que la obligue ... cosas imposibles ... ¿dónde habré puesto las antiparras? cosas que no pueden hacerse sin ruidos ... ya las encontré ... veamos sin embargo. D. Pedro de Lara, &c. &c.

DON EDUARDO. ¿Se enternece usted? BRUNO. También a me empiezan a escocer los ojos, si vamos a eso. DOÑA MATILDE. Ciertamente que no puedo menos de agradecer y admirar el que vaya así a exponerse por mi causa a tantos peligros un joven de tales esperanzas, tan rico.... DON EDUARDO. ¿Yo rico? DOÑA MATILDE. Contando con la herencia del tío....

Con todo, ¿yo, qué puedo hacer? decírselo cuando más a la señorita ... pero si ella sale con lo que su padre ... entonces.... DON EDUARDO. Entonces, tendremos los dos paciencia ... y no la volveré a importunar más. BRUNO. Siendo así, voy, pues, y Dios haga que no la coja de mal talante.

DOÑA MATILDE. Será culpa del fuelle. DON EDUARDO. Mira cómo se va el aire por los lados. DOÑA MATILDE. ¡Ay! que no puedo más. DON EDUARDO. Vaya, se conoce que éste es el primer brasero que enciendes en tu vida ... dame, dame el fuelle. DOÑA MATILDE. Tómale enhorabuena ... y despáchate, por Dios, que me siento muy débil. DON EDUARDO. Ya lo creo; no cenaste anoche.

DON PEDRO. Y el ser sobre todo sobrino y heredero de mi mejor amigo ... de ahí que yerno más a mi gusto sería muy difícil que se me presentase. DON EDUARDO. ¿Entonces puedo esperar? DON PEDRO. Pero mi hija es la que se casa, yo no; ella es pues, la que ha de juzgar si usted.... DON EDUARDO. ¡Oh, Sr. D. Pedro, y qué feliz soy!

Y, por eso, cuando se dice que la mujer va a descuidar el hogar por la política o va a desatender el cuidado del esposo y de los hijos por el mero hecho de obtener el sufragio, realmente confieso que, por mi torpeza quizá, no puedo entenderlo.

DOÑA MATILDE. ¡, hace usted bien en llamarme suya ... que de usted soy y seré ... que de usted he sido siempre; porque ahora lo conozco, y no tengo vergüenza de confesarlo! BRUNO. ¡Pobrecita, qué ha de hacer más que conocerlo y confesarlo! DON EDUARDO. ¿Puedo creer tamaña dicha! DOÑA MATILDE. Ojalá estuviera aquí mi padre, para que en su presencia.... Si se habrá ya ido.

Y porque por estar preso en cárceles secretas no puedo por ni por otro informarme... pido y suplico á Vs. Mds., é si necesario es, con debido acatamiento y reverencia requiero, no se envíe cosa alguna de lo tocante á este mi proceso á los dichos Señores del Consejo, y protesto la nulidad de lo que en contrario se hiciere.