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Actualizado: 29 de junio de 2025


Pero en los instantes de aguda congoja prefería una de esas iglesias íntimas, como San Andrés, San Torcuato, Santo Domingo el Real, San Juan de la Penitencia, donde se apelotonaba junto a un altar solitario, con el rostro entre las palmas. Otras veces devanaba su tribulación caminando y caminando por las calles, al azar de su capricho. Toledo le subyugaba con su complicado misterio.

Yo hice, yo llevaré, yo soportaré, y guardaré. 5 ¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para ser semejante? 7 Se lo echan sobre los hombros, lo llevan, y lo sientan en su lugar. Allí se está, y no se mueve de su lugar; le dan voces, y tampoco responde, ni libra de la tribulación. 8 Acordaos de esto, y tened vergüenza; tornad en vosotros, prevaricadores.

Con esta perpleja tribulación llegó donde estaba don Quijote, harto más maltrecho de lo que él quisiera, y, ayudándole a subir sobre Rocinante, le dijo: -Señor, el Diablo se ha llevado al rucio. ¿Qué diablo? -preguntó don Quijote. -El de las vejigas -respondió Sancho. -Pues yo le cobraré -replicó don Quijote-, si bien se encerrase con él en los más hondos y escuros calabozos del infierno.

Pero más que curioso por aclararle, quedé preocupado y triste con la pintura hecha por don Celso del estado de su espíritu. Para llegar a tales extremos de franqueza un hombre de su temple, ¿cuál no sería el peso de su tribulación?

Tirso echó una mirada a los lomos de los libros: eran lo más hermoso y literario que ha dado de en el mundo el sentimiento religioso: Imitación de Cristo, de Kempis; La perfecta casada, de Fray Luis de León; La vida devota, de San Francisco de Sales, y el Tratado de la tribulación, del P. Rivadeneyra.

Palabra del Dia

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