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Actualizado: 15 de junio de 2025
¡Tonterías! respondió Ben-Tovit con acento burlón . ¡Si posee, en efecto, el don de curar, que me cure a mí el dolor de muelas! Y tras un corto silencio añadió: ¡Dios mío, qué polvareda han levantado! ¡Ni que fueran un rebaño! Debían de echarlos a palos. ¡Llévame abajo, Sara! Su mujer tenía razón. El espectáculo le había distraído un poco, o quizá el estiércol pulverizado le había aliviado.
Un rato después llegó su vecino, el peletero Samuel. Ben-Tovit le enseñó su nuevo asno, y, lleno de orgullo, escuchó los plácemes de Samuel a propósito del cuadrúpedo. Después, a ruegos de Sara, que era muy curiosa, se dirigieron los tres al Gólgota, a ver a los crucificados.
10 la heredad que compró Abraham de los hijos de Het; allí está sepultado, y Sara su mujer. 14 y Misma, y Duma, y Massa, 15 Hadar, y Tema, y Jetur, y Nafis, y Cedema. 21 Y oró Isaac al SE
28 Y miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura miró; y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno. 32 Ven, demos a beber vino a nuestro padre, y durmamos con él, y conservaremos de nuestro padre generación. 36 Y concibieron las dos hijas de Lot, de su padre. 2 Y decía Abraham de Sara su mujer: Mi hermana es.
Ser admirado constituye «la mitad» de su vida, acaso «toda su vida»; es una sed rara que, no habiendo de calmarse nunca, á ratos, sin embargo, parece satisfacerse con una gota: así lo más frívolo, una carta, un simple apretón de manos, nos embriaga. Ello explica las lágrimas que arrancó á Sara Bernhardt el asesinato de «monseñor» de Sibour.
Palabra del Dia
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