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Actualizado: 8 de junio de 2025


El tío Manolillo, que había cogido el secreto dos veces, su principio en el Escorial, su fin en Navalcarnero, calló, porque el tío Manolillo sabía que ciertos secretos valen tanto, que no deben malgastarse. Durante algunas noches, el duque de Osuna entró por el postigo. Cuando la duquesa estuvo restablecida, cuando pudo bajar las escaleras, le habló por la reja.

Como las pragmáticas en esto de duelo son rigurosas, y como á me querían mal en la corte, creí prudente huir, y me amparé en Navalcarnero. Allí conocí á Juan Montiño... excelente muchacho... corazón de perlas, alma de ángel en cuerpo de hombre. Pero tan burlador como vos. ¡Bah! Después hablaremos de eso. Estuve algún tiempo en Navalcarnero, se arregló lo de la muerte, volví á la corte.

Entonces Juan vió el papel que estaba pegado y sellado sobre la cerradura, y leyó en él en letras gordas lo siguiente: «Yo, Gabriel Pérez, escribano público de la villa de Navalcarnero, doy fe y testimonio de cómo el señor Jerónimo Martínez Montiño recibió cerrado y sellado como se encuentra este cofre.» Y por bajo de estas palabras se veía la fecha y el signo y la firma del escribano.

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