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Actualizado: 11 de mayo de 2025
¡El vino! ¡El mardito vino! decía María de la Luz con expresión de cólera, haciendo al líquido de oro responsable de su desgracia. Sí, el vino repetía Fermín. Y con el pensamiento evocaba a Salvatierra, recordando sus anatemas a la maléfica divinidad que regulaba todas las acciones y los afectos de un pueblo esclavizado por ella.
La Serrana y Lola siguieron: Para España su nombre es tan grato, que er nombrarlo nos causa plaser; como Antoñito Sánchez, er Tato, denguno ha imitao el volapié. ¡Qué lástima de torero! Será eterna su memoria. ¡Mardito sea asta aquer toro que le ha quitao al arte su gloria! Concha se había despojado del sombrero y hacía con él mil gestos y carocas, ora poniéndoselo, ora quitándoselo.
La culpa de todo la tenía Fernando VII, sí señor; un tirano que al cerrar las universidades y abrir la Escuela de Tauromaquia de Sevilla había hecho odioso este arte, poniendo en ridículo al toreo. ¡Mardito sea el tirano, dotor!
Le suertan primero el león, y el mardito animal, aprovechándose de la farta de malicia del toro, sarta sobre su cuarto trasero y empieza a desgarrarlo con las uñas y los dientes. Brincaba Barrabás hecho una furia para despegárselo y tenerlo ante los cuernos, que es donde está la defensa.
Palabra del Dia
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