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La humildad cristiana, esa virtud que nos hace conocer el límite de nuestras fuerzas, que nos revela nuestros propios defectos, que no nos permite exagerar nuestro mérito, ni ensalzarnos sobre los demas, que no nos consiente despreciar á nadie, que nos inclina á aprovecharnos del consejo y ejemplo de todos, aun de los inferiores, que nos hace mirar como frivolidades indignas de un espíritu serio el andar en busca de aplausos, el saborearse en el humo de la lisonja; que no nos deja creer jamas que hemos llegado á la cumbre de la perfeccion en ningun sentido, ni cegarnos hasta el punto de no ver lo mucho que nos queda por adelantar, y la ventaja que nos llevan otros; esa virtud que bien entendida es la verdad, pero la verdad aplicada al conocimiento de lo que somos, de nuestras relaciones con Dios y con los hombres; la verdad guiando nuestra conducta para que no nos extravien las exageraciones del amor propio; esa virtud, repito, es de suma utilidad en todo cuanto concierne á la práctica, aun en las cosas puramente mundanas.

Así pues no es de extrañar que estas inclinaciones se extravien tan á menudo, conduciéndonos al error en lugar de la verdad; esto hace mas necesario el fijar los caractéres del sentido comun, que pueda servir de criterio absolutamente infalible. La inclinacion al asenso es de todo punto irresistible, de manera que el hombre ni aun con la reflexion, puede resistirle ni despojarse de ella.

Esta consideración le aterró; y sin pérdida de un solo momento, acudió con la noticia y sus temores al ministro. ¡No haga usted caso, santo varón! díjole riendo S.E. ¡Es que se asegura mucho! ¿Y qué? Que si realmente me la atacan, tales cosas podrán decir, aunque sean inventadas, que extravíen la opinión. ¿Y para qué sirve la mayoría? No entiendo... Fíjese usted bien. La comisión será nuestra.

Las pasiones son las mismas, solo varian por su forma, ó mas bien por la graduacion de intensidad, y por el modo de dirigirse á su objeto. Son entónces mas delicadas, pero no ménos temibles; pues que esa misma delicadeza contribuye á que con mas facilidad nos seduzcan y extravien.

El mismo lo denuncia: comete voluntariamente una torpeza, hace que se extravíen unos documentos, envía una carta comprometedora con falsa dirección, para que caiga en manos de las autoridades del país. ¿Qué haré si no me socorres?... ¿Dónde podré rufugiarme?... Ulises se decidió á contestar, apiadado de su desesperación. El mundo es grande: podía ir á vivir en una república de América.