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Actualizado: 17 de julio de 2025
A lo cual respondo: que la falta de dinero, la penuria pública, los apuros del Tesoro, las lamentaciones que oigo por todas partes, la esperanza que muestran algunos de que los economistas nos van a salvar, la poca confianza que advierto en otros en la eficacia saludable de los economistas, los discreteos de todos, los medios que tantos proponen, convertidos en arbitristas, para llevarnos a puerto de salvación, y las diversas explicaciones que dan sobre las causas del grave mal que padecemos, todo me ha impulsado con irresistible vehemencia a meditar y discurrir sobre estos asuntos, en los cuales confieso mi escaso o ningún saber.
Allí era de oír lo siguiente: «El señor que me ha precedido en el uso de la palabra...». Y el tal preopinante no llevaba chichonera porque hoy es moda que los niños de teta usen sombrero. Las controversias de los menudos filósofos y economistas tomaban siempre un tono de acaloramiento y personalismo, que agriaba los nobles caracteres.
Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer... El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante.
Si algún pensamiento económico impide la guerra o la hace más difícil en lo venidero, es independiente de la ciencia: no es menester haber leído a los economistas para concebirle. El pensamiento es sencillo y claro: es el pensamiento de lo mucho que la guerra cuesta. Los Gobiernos, además, tienen casi siempre que acudir a empréstitos para hacer la guerra.
Luisita, con tener un marido que, si no hace buenas acciones yéndose al Jockey todas las noches, hace grandes acciones regalándote collares como éste. Es posible que ambas acciones sean malas; pero esto pertenece al dominio de los economistas, donde no quiero meterme.
Palabra del Dia
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