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Actualizado: 16 de junio de 2025
El deber más penoso que la señorita de Sardonne debía llenar en servicio de la baronesa, era leerle a ésta por la noche, y a veces hasta muy tarde, en tanto la anciana dama no lograba dormirse; en seguida Beatriz se retiraba a sus habitaciones procurando a su vez conciliar el sueño, si lo conseguía la pobre enamorada: aquella noche no alcanzó ganarlo, que pasó sus mortales horas en mil veces leer y en comentar mil veces el billete de su fiel amiga; transcurrieron para ella lentos los instantes en cien veces decirse a sí misma que el momento de la terrible prueba no se hallaba remoto y que la conminatoria arenga de la señora de Montauron no fue más que el preludio de infernales torturas.
Me he dejado atropellar, lo reconozco; pero he procurado que me atropellasen lo menos posible, y mi delito no tiene, por lo tanto, una gran importancia. En lo sucesivo, haré todo cuanto esté en mis manos para que no vuelvan a atropellarme.» Ignoro si esta carta llegó a poder del juez, pero yo recibí una segunda citación mucho más conminatoria que la primera. Me vi ya en presidio.
Palabra del Dia
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