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Actualizado: 27 de julio de 2025
Con ellos entraban los tripulantes de los rosarios de carretas sorprendidos por el malón en su marcha lenta, chirriante, que duraba semanas y semanas. Unas veces pasaba de largo la tromba cobriza, atraída por el ganado de lejanas estancias; otras ponía sitio al almacén, codiciando más que el dinero los barriles de caña.
Cuando llegaba a sus manos un vestido ajeno, lo vendían a los traperos con aire señorial. En las noches de abundancia, la familia sentábase en torno de la sartén. La madre arrojaba los trozos de carne fresca en el aceite chirriante, y cada uno pinchaba con su navaja, con tanto apresuramiento, que por más que la mujer echaba y echaba, nunca se veía llena la sartén.
La lona subía chirriante y se hinchaba con blanca convexidad. «Ya estamos; ahora á correr.» El agua empezaba á cantar, deslizándose por ambas caras de la proa. Entre ésta y el borde de la vela veíase un pedazo de mar negro, y asomando poco á poco sobre su filo, una gran caja roja.
Desde su asiento, a través del marco de una ventana, veía también al telegrafista escribiendo con la cabeza baja e interrumpiendo su escritura para escuchar el lenguaje chirriante de los aparatos. Atendía mecánicamente a otros pensamientos perdidos en la noche a una distancia de centenares de millas, y apenas terminada la conversación recuperaba su pluma.
A veces oíase un silbo peculiar y luego una chirriante crepitación, cual si una pella de sebo cayera sobre las brasas, y Ramiro escuchaba encima de su cabeza soeces exclamaciones y carcajadas espantosas que desconcertaban su entendimiento.
Palabra del Dia
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