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Actualizado: 4 de junio de 2025
Soportando su agonía, Ayela, terrible, fuerte, con la incontrastable muerte pugnaba en lucha bravía; su palabra se perdia oscura, ronca é incierta, y muy pronto helada, yerta, dejando á Ataide perdido en un misterio, un gemido de dolor la dejó muerta. Representar la amargura es de Ataide empeño vano; no tiene el lenguaje humano voz para tal desventura.
Ya el crepúsculo en la noche lentamente se va hundiendo; con más esplendor la luna brilla en el límpido cielo, y en la inmensidad perdidos resplandecen los luceros. Es ya tarde: cuidadosa, sin duda en ferviente rezo, la infeliz Ayela aguarda al hijo que es su consuelo, su solo amor en el mundo, su solo dolor acerbo.
Á cada paso, al subir una cuesta áspera y corva, Ayela se detenia jadeante, temblorosa; su mano buscaba apoyo en un muro, y de su boca hervoroso se exhalaba el ronco alentar que ahoga y en el comprimido pecho la sangre agitada agolpa. Fatigada, dolorida, llegó al fin á la Almanzora. Desierta la calle estaba, sumida en tinieblas, lóbrega, y al amor no daba amparo en sus rejas silenciosas.
Palabra del Dia
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