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A don Ramón se le encandilaban algo los ojos, a pesar de que doña Encarnación estaba presente, y dejó escapar estas palabras: Si tú te vendieses, aunque en el lugar son casi todos pobres, yo no dudo de que tendrías los ocho mil reales; pero yo no quiero que tú te vendas. Ni yo tampoco replicó la muchacha . Lo dije por decir. Fue una ponderación.
Abrió un vargueño, en cuyos cajoncillos guardaba papeles y alhajas de gran valor que habían ido á sus manos en garantía de préstamos usurarios: algunas no eran todavía suyas; otras, sí. Un rato estuvo abriendo estuches, y á la tía Roma, que jamás había visto cosa semejante, se le encandilaban los ojos de pez con los resplandores que de las cajas salían.
Palabra del Dia
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