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Y don Cleofás, poniendo el ferreruelo por cabecera y la espada sobre el estómago, acomodó el individuo, y estando boca arriba, paseando con los ojos la bóveda celestial, cuya fábrica portentosa al más ciego gentil obliga a rastrear que la mano de su artífice es de Dios, y de gran Dios, le dijo al camarada: ¿No me dirás, pues has vivido en aquellos barrios, si esas estrellas son tan grandes como esos astrólogos dicen cuando hablan de su magnitud, y en qué cielo están, y cuantos cielos hay, para que no nos den papillas cada día con tantas y tan diversas opiniones, haciéndonos bobos a los demás con líneas y coluros imaginados, y si es verdad que los planetas tienen epiciclos, y el movimiento de cada cielo, desde el primer móvil al remiso y al trepidante, y dónde están los signos de estos luceros escribanos, porque yo desengañe al mundo y no nos vendan imaginaciones por verdades?

Y luego, su cuerpo, admirable escultura, trepidante y flexible, donde se unían á las redondeces blanquísimas de Rubens, las impacientes nerviosidades goyescas. Enamorada del apuesto conde de Melun, María Ana huyó de su casa, á los dieciocho años, una noche, llena de perfumes y de estrellas, del mes de Mayo de 1728.

Aquí hace mucho frío. Vamos donde quieras. Se cogió el marino del brazo del médico, y se hundieron ambos en la breve puertecilla de la cámara. Dentro del fumador se sentía más intenso trepidante el resuello del buque y quedaba confusa y apagada la voz grave del mar.