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Actualizado: 19 de junio de 2025
Don Laureano Romadonga no era hombre que se dejase aprisionar fácilmente por los artificios femeninos; que comprometiese el sosiego de su vida, sus placeres, su independencia por una mujer, cualquiera que ella fuese. Conocedor profundo de la existencia, había formado hacía mucho tiempo su plan, y de él no se apartaba una línea.
Es cuestión de organismo. El mío pide la variedad. A otros les basta la unidad... Entre el hondo pesar que le embargaba y aquellas palabras desvergonzadas que le herían como latigazos, el pobre Mario no podía disimular ya más. Su rostro se iba poniendo sombrío por momentos. Tanto que Romadonga, aunque no solía fijarse en el semblante de sus amigos, concluyó por preguntarle: ¿Qué tiene usted?
Sin embargo, el aplomo y la franca naturalidad de Romadonga fueron disipando poco a poco su turbación. ¡Era un hombre tan llano, tan jovial y corriente aquel D. Laureano!: le bastaban pocos momentos para inspirar confianza a cualquiera y ganarle el corazón. Como por la mano supo llevar el discurso desde la salud corporal de la joven a las cualidades de su carácter.
Palabra del Dia
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