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Actualizado: 9 de junio de 2025
Era cercenadora de porciones como de moneda, y así hacía unas ollas éticas de puro flacas, unos caldos que a estar cuajados se pudieran hacer sartas de cristal de ellos. Las Pascuas, por diferenciar, para que estuviese gorda la olla, solía echar cabos de vela de sebo y así decía que estaban sus ollas gordas por el cabo. Y era verdad según me lo parló un pabilo que yo masqué un día.
Al lado del Imám ardia un cirio que pesaba de cincuenta á sesenta libras: lucía noche y dia en el mes de Ramadhan, y estaban en él tan perfectamente combinadas las cantidades de cera y pábilo, que se consumia por completo en la última noche del citado mes.
No empeoraba, porque ya no podía estar peor, y su vivir, más que vida, era agonía lenta, no muy penosa, amargándola solamente unas crisis de tos que traían a la garganta las flemas del pulmón deshecho, amenazando ahogar a la enferma. Estaba allí la vida como el resto de llama en el pábilo consumido casi: el menor movimiento, un poco de aire, bastan para extinguirlo del todo.
Este mismo mayordomo debería comprar y pagar el hilo que las indias hilasen y quisiesen vender, arreglando los precios según sus calidades, que en mi inteligencia debía pagárseles a 3 reales la libra de pabilo, a 4 la de hilo para lienzo grueso, a 7 el de mediano, a 12 el de fino y a 16 el superfino, y venderlos en la pulpería a medio real la libra de algodón en rama, o a 10 reales la arroba, en el supuesto de que se les compraría a 8 reales la arroba del que quisiesen vender de sus cosechas.
La bujía colocada encima de la mesa estaba a punto de consumirse. De pronto el pábilo vaciló, cayendo sobre la esperma liquidada, brilló un momento con mucha intensidad, y se apagó. Las tinieblas aminoraron el pudor de Cristeta y dieron valor a don Juan.
Palabra del Dia
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