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Actualizado: 23 de julio de 2025


Imposible; necesitaría, más que la pluma, el estómago de Zola, y al lado de mi narración, la última página de Nana tendría perfumes de azahar. Luego, una silla, y por fin, un catre. Pero un catre pelado, sin colchón, sin sábanas, sin cobertores y con una almohada que, en un apuro, podría servir para cerrar una carta en vez de oblea. El piso está alfombrado...¡de arena!

Si exceptuamos Nana, Pot-Bouille y el Assommoir, todas las demás novelas de la serie de los Rougon duermen el sueño de los justos en los estantes de los libreros de acá y de allá.

Pestañeó la niña dos o tres veces, y luego cerró los ojitos, mientras su madre no cesaba de arrullarla con una nana aprendida del ama, una especie de gemido cuya base era el triste, ¡lai... lai!, la queja lenta y larga de todas las canciones populares en Galicia.

Algunas de tus frases, como: «¿tiene vuestra espada puntase consagraron como el Di quella pira y el la donna e mobile de Verdi. No había entonces realismo; mister Pickwick no había atravesado el Atlántico; estaba en Bath presidiendo su club; Nana era un microbio; Artagnan era catedrático de historia; los Girondinos enseñaban la política.

Cuando uno recuerda a Oala y a Oliba de Ezequiel, la Nana de Zola es una paloma sin hiel, es una inmaculada cordera.

Palabra del Dia

chapuzones

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