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Actualizado: 8 de junio de 2025
Tu mano... enséñame tu mano, resalá, que por San Juan te digo que yevas en eya tu fortuna y tú no lo sabes. Tenían sus parroquianas, sus creyentes de inconmovible fe, que apenas las veían marchaban a su encuentro, ansiosas de nuevas revelaciones. Metíanse en los portales solitarios, y allí, sobre la tapa de la cesta, soltaba la gitana los mugrientos naipes ocultos bajo el mantón.
Era casi imposible que el banquero tuviese un punto más alto. Spadoni, pálido, con la frente barnizada de sudor, descubrió sus naipes. El público los saludó con un rugido sordo: «¡Nueve!» Los mismos que reían de él encontraron natural este resultado. «La suerte protege siempre á la inocencia.»
Manejaba los naipes con singular maestría, como jugador de oficio.
En el fondo estaban, como siempre, los devotos del poker, ajenos a los sucesos exteriores, con los naipes en la mano, espiándose impasibles. Su número era menor. Unos se habían quedado en Río Janeiro, otros acababan de descender en Montevideo; pero estas deserciones no entibiaban la fe de los leales; antes bien, su fervor parecía recrudecerse.
Palabra del Dia
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