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Actualizado: 4 de junio de 2025


En todo se adelantó de modo que el 23 de abril estaba el fuerte en estado de defensa, faltando obras ligeras que podían hacer los de la guarnición. Constaba la designada de 2.000 infantes, españoles, italianos y alemanes, y la compañía de caballos, teniendo por gobernador al Maestre de campo Barahona y lugarteniente el capitán Olivera.

Esto se explica recordando, que en ambas cosas siguió á los novelistas italianos: como dramático no obtuvo el menor lauro, pues ni siquiera se tomó el trabajo de modificarlas con arreglo á las exigencias de su arte. No hay duda que esta novela reune condiciones muy favorables á la acción dramática.

Otros, simples labriegos, españoles ó italianos, habían atravesado el Atlántico atraídos por la estupenda novedad de ganar seis pesos diarios por el mismo trabajo que en su país era pagado con unos cuantos céntimos.

La proa era para «los latinos»: españoles, italianos, portugueses, franceses, árabes, judíos del Mediodía y hasta egipcios. Nadie podía adivinar el latinismo de estas últimas gentes; pero así los había encasillado la comisaría.

Bien probaron su suficiencia y habilidad aquellos mencionados artistas italianos en la ejecución de tantas peregrinas invenciones arregladas «al romano», según decían por entonces en España, conque adornaron la archivolta del arco de medio punto, principal entrada de la casa, así como el entablamento que corría encima, con su piso no menos delicado y peregrino, sustentado por dos pilastras pareadas, con capíteles del orden corintio, las cuales alzábanse sobre proporcionados pedestales.

Con pocas excepciones se mantuvo dominante el estilo nacional, no obstante el uso que se hizo de dichas combinaciones métricas, y algunas que otras obras que se ajustan más estrictamente á los modelos italianos, son de tan escasa importancia, que pasan casi desapercibidas comparándolas con las casi innumerables, cuya índole y condiciones llevan el sello nacional.

Subió, pero con mucha lentitud, porque apenas podía andar: en la parte correspondiente á los Italianos creía ella ver la cumbre de una montaña; y cuando medía con la vista aquella eminencia, pensaba que en toda la noche no iba á llegar arriba. No pudo avanzar más, y se sentó en el hueco de una puerta.

Don Mateo, buscando medio de substituir a la orquesta, había dado con un arpista y un violín italianos, y los subvencionó, de su bolsillo particular, para que tocasen.

¿Llegamos ya? preguntó el duque. Un poco de paciencia. La señora Chermidy había distinguido a don Diego algún tiempo antes de la llegada de su marido. Era su vecina en el teatro de los Italianos y había sabido mirarle con tales ojos que se hizo presentar a ella.

Muchos de sus abuelos eran familiares de todas las ciudades importantes del Mediterráneo; habían visitado a los príncipes de los pequeños Estados italianos, habían sido recibidos en audiencia por el Papa y por el Gran Turco, pero jamás se les ocurrió ir a Madrid.

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