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El escepticismo del siglo pasado: su pobre filosofía sin metafísica; sus ideas y sentimientos, nobles aunque maleados por excesiva declamación, sobre filantropía, igualdad, libertad y progreso, todo esto fué el espíritu de una época en la historia de Europa, ó si se quiere, de todo el género humano; pero en Francia resonó con mayor estruendo y hermosura, primero en sus escritores, y en su revolución más tarde. ¿Cómo había de sustraerse España al influjo de lo que aquellos escritores dijeron y de lo que la revolución hizo?

Yo no vacilo en concederle que la virtud humana de la filantropía proviene de la compasión y es por lo tanto egoísmo; pero ¿la virtud divina de la caridad es menos egoísmo en su raíz y fundamento?

Si ella, aun cuando fuese por un capricho de la suerte, iba delante y se hallaba más cerca de la cumbre, su filantropía no podía extenderse a más que a dar la mano a los que estuviesen en condiciones de trepar hasta donde estaba ella, y no a aquellos que estaban tan bajos o tan hundidos en el lodo, que en vez de alzarlos, se dejaría ella arrastrar cayendo en el lodo también.

No falta tampoco el idiota de la aldea, magín descompuesto, candidato de pillos, víctima de las bromas aldeanas, enloquecido con ideas sobre filantropía, abriendo la boca de admiración y pestañeando con un ojo que sufre de perlesía intermitente, mientras la pupila del otro se le sale como el carozo de un durazno prisco.