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Actualizado: 9 de junio de 2025
Necesitaría tener la mirada aguzada por larga obscuridad para columbrar los reflejos extraviados en las tinieblas. ¡Siniestra oquedad! Ignoro de cuántos asesinatos has sido cómplice, pero me estremezco de miedo al verte y como en demanda de fuerzas; miro hacia el cielo azul, al cual sirven de marco las cuatro murallas de la torre.
Si el conde llegase á sospechar algo, ten por seguro que te mataría ó te haría matar. Sólo de pensarlo me estremezco. ¿No sería mejor que huyésemos, sí, que huyésemos á ocultar nuestra dicha y nuestro amor en cualquier rincón del mundo, á la margen de un río, en una casita rodeada de laureles y naranjos?» Después de algunas dudas y vacilaciones, se resolvieron á llevarlo á cabo.
Tan viva fué aquella expresión, ó tan intensa la percepción que de ella tuvo el ministro, que le pareció que permanecía visible en la obscuridad, aun después de desvanecida la luz del meteoro, como si la calle y todo lo demás hubiera desaparecido por completo. ¿Quién es ese hombre, Ester? preguntó Dimmesdale con voz trémula, sobrecogido de terror. Me estremezco al verlo. ¿Conoces á ese hombre?
Yo que creí que era Manrique... ¡Ay de mí! Todavía me estremezco. Por él me aborrece ya. JIMENA. ¿Don Manrique? LEONOR. Sí, Jimena. JIMENA. ¿De vuestro amor dudará? JIMENA. ¿Siempre llorando, mi amiga? No cesas... LEONOR. Llorando, sí; yo para llorar nací; mi negra estrella enemiga, mi suerte, lo quiere así. Despreciada, aborrecida del que amante idolatré, ¿qué es ya para mí la vida?
Palabra del Dia
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