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Siguieron andando, acercándose a la linde del bosque, donde concluía el huerto. Me están saqueando, me comen vivo..., y cuando pienso en que esa tunanta me aborrece y se va de mejor gana con cualquier gañán de los que acuden descalzos a alquilarse para majar el centeno, ¡tengo mientes de aplastarle los sesos como a una culebra!

A un lado, y metidas en sendos cajones bruñidos por el uso, estaban las tres piedras moledoras que daban vueltas triturando el maíz o el centeno y arrojando por intervalos iguales un copo de harina en el cajón. Andrés pasaba dulcemente las horas en aquel recinto.

Esa plata que nos hemos repartido es una miseria... ¿Pero y el trigo, y el maíz, y el centeno? Las trojes hoy están vacías, y no hace una semana estaban llenas, porque mi madre había cobrado los forales de András y de Corón. ¿Quién la ha robado? ¡Ellos y solo ellos! ¿Los tres? DON FARRUQUI

En 1375 fue muy rigoroso el invierno en dicha ciudad, y el miércoles de ceniza del mismo año a la hora de maitines hubo un fuerte terremoto que alarmó considerablemente a la población. En 1379, llovió casi sin cesar desde el día 26 de Marzo hasta el 10 de Mayo: el trigo llegó a venderse hasta cinco sueldos la fanega, y el centeno a dos y a cuatro dineros.

Las convulsiones y los calambres musculares del cobre tienen cierta analogía con los efectos de la ipecacuana y del centeno cornezuelo. El cobre y el plomo afectan mas especialmente los músculos estensores en las afecciones dolorosas reumáticas y paralíticas; así como el causticum y la sal marina afectan, por el contrario, los músculos flexores.

En fin, los insignificantes síntomas de vértigos, vómitos, neuralgia, diarrea, coriza..... producen una inmensa debilidad, en oposicion al síntoma que parece haberla determinado. La ipecacuana, el centeno cornezuelo y el eléboro blanco convienen con arsénico en conducir á un abatimiento súbito y total de fuerzas, aun por un síntoma de poca importancia y sin gravedad por mismo.

La Señana y el señor Centeno, que habían hallado al fin, después de mil angustias, su pedazo de pan en las minas de Socartes, reunían, con el trabajo de sus cuatro hijos un jornal que les habría parecido fortuna de príncipes en los tiempos en que andaban de feria en feria vendiendo pucheros.