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Actualizado: 16 de julio de 2025
Habitaba el capellán en casa de los Algalias un cuarto, casi una celda, de humilde aspecto, que los señores quisieron inútilmente amueblarle con mayor regalo.
Cuando Félix Aldea fue presentado en casa de los Algalias, el duque le recibió con la afabilidad que un caballero de su clase se creía obligado a tener con el hombre puesto en moda por la opinión y la prensa.
Apenas hacía un año que Lázaro estaba en casa de los Algalias, y ya se había captado todo el afecto que puede inspirar el que sirve a quien le paga su salario. La duquesa simpatizó con él como simpatiza la debilidad con la indulgencia.
Esta bondad, unida a su carácter religioso, le daba entre las gentes de los Algalias una consideración a que los mismos duques no podían sustraerse, viendo hermanados en Lázaro la mansedumbre del sacerdote y el ingenio superior del hombre.
La heredera de los Algalias dormitaba en su cama de batistas y encajes como una maga recostada sobre una nube. Tenía desnudo, fuera de las ropas, un brazo, ceñida aún la muñeca por la pulsera lisa de oro mate, y en el otro, puesto sobre la almohada, apoyaba la cabeza, embelesada por ensueños formados con reminiscencias de la víspera.
"E ansí, magüer fagáis en mi desagravio diez torneos e dos pasos honrosos, e quebredes trescientas lanzas vos fago siempre la mamola: chicos e grandes vos escarnecen e dicen que a hombres de Castilla nunca el mesmo diablo puso miedo, cuanto más los antifaces e mojigangas; e otros dicen, ¡Santa María, qué horror!, dicen que la fuída vos soltó los pies, e vos corrió la vicaría, e que de acullá vino que sonástedes por bajo la dulzaina, e non era dulzaina, e que oliades non a estoraques ni algalias, sino peor que azufre. ¡Puf!, ¡qué blasfemia!
Palabra del Dia
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