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Actualizado: 19 de mayo de 2025


¡Agapito... Agapito... por Dios, no me las lleve!... ¡Agapito!... ¡señor escribano!... por Dios no me las lleve... por su madre... no me las lleve... ¡por Dios no me las lleve! Y deshecho en llanto, corría de uno a otro lado con las manos plegadas pidiéndoles misericordia. Los alguaciles ataban en silencio, con la cabeza baja, sin atreverse a mirarle.

Era la hora de los recuerdos tropicales. «¿Se acuerda uté, don Agapito, se acuerda uté de aqueya mulatica perra que le venía a dar plasé a la tienda? ¡Y qué bien que cantaba las guarachas, la sinvergüensa!

Don Lorenzo, don Agapito, don Pancho, don Aquilino, don Germán y don Justo, eran indianos, esto es, gente a quien sus padres habían enviado a América de niños a ganarse la vida y habían vuelto entre los cincuenta y sesenta años con un capital que variaba de treinta a cien mil duros. Había de éstos más de cincuenta en Sarrió.

¿Qué le pasa a Quenoveva? le dije a Mary . La encuentro más pálida y triste que antes. Es que está algo enamorada. ¿De veras? . ¿Y de quién? De un chico marinero que no conocerás, que se llama Agapito. Y él no la hace mucho caso. ¿No? ¡Qué majadero! ¿Qué más puede desear ese imbécil? Si no le parece bien ...

Realmente, los dos desmoralizábamos el baile. Ella, sin poder bailar, riéndose; yo, saltando pesadamente con la gracia de un oso blanco entre los hielos, al lado de Quenoveva y de Agapito, tan serios y tan graves, éramos un insulto a las tradiciones más venerandas del país. Sabido es que, entre estas tradiciones, la religión y el baile son las más importantes.

Palabra del Dia

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