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De noche arrojábase del lecho asegurando que las criaturas nadaban en sangre, degolladas por un asesino invisible. Si tosían, era que se ahogaban; si comían mal, era que les habían envenenado. Una mañana salió precipitadamente, con mantón y pañuelo a la cabeza, y se fue a los barrios del Sur buscando a Benina, con quien tenía que hablar.
Unas hablaban algo recio, otras tosían; cuál hacía la seña de los sombrereros, como si sacara arañas, ceceando. En verano es de ver cómo no sólo se calientan al sol, sino se chamuscan, que es gran gusto verlas a ellas tan crudas y a ellos tan asados. En invierno acontece con la humedad nacerle a uno de nosotros berros y arboledas en el cuerpo.
Las paredes estaban ennegrecidas por una capa de hollín que representaba luengos años de atmósfera asfixiante; las bestias, acostumbradas a esta lenta sofocación, limitábanse a bufar en sus pesebres. Las mujeres, con los ojos llorosos por el humo, vigilaban la sartén; los niños de pecho tosían, apelotonándose contra las maternales ubres, como si buscasen el fresco de la leche.
Palabra del Dia
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