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Actualizado: 28 de junio de 2025
Dorrego, más tarde, encontró que el Comandante de Campaña, que había estado haciendo bambolear la Presidencia y tan poderosamente había contribuído a derrocarla, era una palanca aplicada constantemente al Gobierno, y que, caído Rivadavia y puesto en su lugar a Dorrego, la palanca continuaba su trabajo de desquiciamiento.
La numerosa juventud que el Colegio de Ciencias Morales, fundado por Rivadavia, había reunido de todas las provincias, la que la Universidad, el Seminario y los muchos establecimientos de educación que pululaban en aquella ciudad que tuvo un día el candor de llamarse la Atenas americana habían preparado para la vida pública, se encontraba sin foro, sin Prensa, sin tribuna, sin esa vida pública, sin teatro, en fin, en que ensayar las fuerzas de una inteligencia juvenil y llena de actividad.
Rivadavia, más conocedor de las necesidades del país, aconsejaba a los pueblos que se uniesen bajo una Constitución común, haciendo nacional el puerto de Buenos Aires. Agüero, su eco en el Congreso, decía a los porteños con su acento magistral y unitario: «Demos voluntariamente a los pueblos lo que más tarde nos reclamarán con las armas en la mano.» El pronóstico falló por una palabra.
Pero volvamos a La Rioja. Habíase excitado en Inglaterra un movimiento febril de empresa sobre las minas de los nuevos Estados americanos; compañías poderosas se proponían explotar las de Méjico y Perú, y Rivadavia, residente en Londres entonces, estimuló a los empresarios a traer sus capitales a la República Argentina. Las minas de Famatina se presentaban a las grandes empresas.
Palabra del Dia
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