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Actualizado: 13 de junio de 2025
El tabernero contestó afirmativamente con una cabezada, sin apartar la mano de la oreja, y añadió a la contestación otro ademán y otro gesto que querían decir: «adelante».
De aquellas largas entrevistas salía rejuvenecida, los ojos brillantes, el pie ligero, saludando con afecto a personas a quienes en otra ocasión hubiera dirigido una fría y desdeñosa cabezada. Luego Raimundo la llenaba de asombro, a lo mejor, con algún acto inconcebible de candor infantil. El muchacho quedó confuso al verla delante; se puso colorado hasta las orejas.
Los viejos mientras tanto silenciosos proseguían su obra, pero el sueño empezaba á acometerles y daban alguna que otra cabezada. La acequia que corría por debajo del molino con su murmullo sordo y el ruido monótono que hacían los molares de piedra al rodar en los cajones convidaban á dormir. La charla de los jóvenes en voz baja era cada vez más íntima.
Los hombres que espiaban el paso fueron acercándose a la venta, ocultándose por los lados del camino. El coche iba casi lleno. El Cura, el Jabonero y los siete u ocho hombres que estaban con ellos se plantaron en medio de la carretera. Al acercarse el coche, el Cura levantó su garrote y gritó: ¡Alto! Anchusa y Luschía se agarraron a la cabezada de los caballos y el coche se detuvo.
Pequeñas olas acariciaban sus costados, y la mole majestuosa comenzó a deslizarse por la bahía sin dar la menor cabezada, sin ningún vaivén de costado, con marcha grave y solemne, que sólo podía apreciarse comparativamente, observando la traslación imaginaria de los buques mercantes anclados y del paisaje.
Palabra del Dia
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