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Actualizado: 2 de junio de 2025
El cadáver de Martín se llevó al interior de la posada y estuvo toda la noche rodeado de cirios. Los amigos no cabían en la casa. Acudieron a rezar el oficio de difuntos el abad de Roncesvalles y los curas de Arneguy, de Valcarlos y de Zaro. Por la mañana se verificó el entierro. El día estaba claro y alegre.
Sin atender a que fuera o no prudente, Martín tomó el carricoche por el camino de Arneguy; atravesaron este pueblecillo que tiene dos barrios, uno español y otro francés, en las orillas de un riachuelo, y siguieron hasta Valcarlos. Catalina, al ver aquel espectáculo, quedó horrorizada. La estrecha carretera era un campo de desolación.
En el aire gris, una nube de cuervos avanzaba en el aire, siguiendo aquel ejército funesto, para devorar sus despojos. Martín, atendiendo a la impresión de Catalina, volvió prudentemente hasta llegar de nuevo al barrio francés de Arneguy. Entraron en la posada. Allí estaba el extranjero. ¿No le decía a usted que nos veríamos todavía? dijo éste. Sí. Es verdad.
Palabra del Dia
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