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Actualizado: 15 de junio de 2025
Se avisó a este comerciante y, en efecto, vino a declarar que era cierto lo que el cojo decía, y que le trataba hacía tiempo y le tenía por una persona honradísima. Mario, a pesar de todo, ansiaba echarle las manos al cuello y apretarle hasta hacerle confesar dónde estaba su hijo. Se indagó el paradero de la mujer y el niño. Nadie daba razón de ella; nadie la había visto. Se trabajó asiduamente.
Vuelta a desandar lo andado. Hallaron en el corredor una puertecita estrecha, y por ella entró el criado seguido del clérigo, subiendo por una escalera de caracol más oscura y más sucia aún que el resto de la casa. Cuando iban hacia el medio, el P. Gil oyó en lo alto una tosecilla seca que volvió a apretarle el corazón de temor.
«Sea como usted quiera,» la había dicho, «pero ese hombre la dejará a usted una vez más.» ¿No había ido aún más lejos con el pensamiento? El temor de ser desdeñado no lo había impulsado a apretarle la mano y a decirla con dureza: «¿Y por un hombre como aquel me rechaza usted a mí? ¿Y después de haberse perdido usted por él, por él, se niega usted a rescatarse?...»
Palabra del Dia
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