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Actualizado: 17 de junio de 2025
Octavio, en la misma postura y absorto en sus pensamientos, no parecía haber notado su marcha brusca ni escuchar las caprichosas notas que salían del piano. Los dedos de la dama, cansados sin duda de vagar á la ventura por el teclado, empezaron á señalar delicadamente una melodía. Era il sol de l'ánima. Á Octavio le dió un vuelco el corazón y volvió rápidamente la cabeza.
Los dos callaron hundiendo sus ojos en aquella gasa impenetrable de vapores. La condesa buscaba el sol. Octavio buscaba una fórmula. La condesa principió á tararear piano la famosa frase il sol de l'ánima de Rigoletto. Octavio la escuchaba con arrobamiento: sintió húmedos sus ojos y apretada la garganta.
Il sol de l'ánima Trascurrieron bastantes días. Octavio, alentado por la extrema confianza que los condes le otorgaban, no escaseó sus visitas á la Segada. La mayor parte de los días iba después de comer y volvía á la caída de la tarde. Alguna vez se quedaba hasta las diez ó las once de la noche. Entonces un criado de la casa salía acompañándole con un farol hasta el puente.
Palabra del Dia
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