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Actualizado: 24 de mayo de 2025
La Morana, hija y heredera de otra Morana que ya había muerto, era una mujer de cuarenta años, pálida, con parches de gutapercha en las sienes para los dolores de cabeza. Estaba casada con un Juan Crisóstomo, que al decir de don Segis, el capellán, no era de los Crisóstomos. Sin embargo, cuando administraba alguna paliza a su mujer, solía mostrar cierta erudición poco común.
Es de advertir que Perico, aun siendo de los que más ayudaban a engrasar y bruñir con la pomada de su pelo y el frote de sus lomos los bancos de gutapercha, no realizaba el tipo clásico del jugador que anda en estampas y aleluyas morales y edificantes. Cuando perdía, no le ocurrió jamás tirarse de los cabellos, blasfemar ni enseñar los puños a la bóveda celeste.
Palabra del Dia
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