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Siempre le apenaron a él estas reflexiones, hechas sobre recuerdos de desgracias que le dolieron en lo más vivo; «¡pero ahora, ¡cuartajo!, desde que soy lo que soy y he visto caer el primer trapo de nieve!... Ná, hombre, ná, chocheces de viejo apolillao hasta los tuétanos... ¡Pues mira que te vengo con buenas coplas para una ocasión como ésta!... ¿Has visto hombre más simple que tu tío Celso? ¡Pispajo con la rociná de los demonios!».
Allí le dolieron materialmente, si bien con un dolor y con un sobresalto mixtos de traidora inquietud y de regalada dulzura. Don Luis apresuró el paso a fin de no llegar muy tarde, y pronto se encontró en la población. El lugar estaba animadísimo.
Verla y sentir un miedo muy grande, pero muy grande, fue todo uno. «¡Si mi tía lo sabe...!». Pero del miedo salió al instante la reacción de valor, y apretó los puños debajo de la capa, los apretó tanto que le dolieron los dedos. «Si mi tía se opone, que se oponga y que se vaya a los demonios». Nunca, ni aun con el pensamiento, había hablado Maximiliano de doña Lupe con tan poco respeto.
Palabra del Dia
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